Regularmente la noticia de un embarazo es recibida como una bendición, aunque de lo que venga después, no todo sea miel sobre hojuelas.
Y es que en ese proceso la madre es la que se lleva la peor parte. Desde el mismo momento de la concepción su cuerpo comienza a cambiar y abandona su figura habitual, misma que quizá nunca vuelva a recuperar; la renovación del vestidor se torna obligatoria.
La dieta tiene que ser balanceada, pensada en la nutrición del bebé. Los alimentos poco cocidos deben ser pospuestos durante todo el periodo de gestación. ¿Sopa de mariscos? Siempre y cuando no lleve cangrejo, elemento abortivo en la creencia popular.
Las reuniones sociales se tornan tediosas. Y es que, en ausencia de una humeante taza de café, una infusión herbácea relajante, un coctel refrescante o una copa de vino estimulante, la convivencia se dificulta. ¿Del tabaco?, ni hablar.
Y que no se le ocurra a la mujer embarazada enfermarse de una gripa o de una infección estomacal: tomar medicamentos no es una opción viable durante el estado de gravidez.
Los mareos y las alteraciones hormonales causantes de cambios en su estado de ánimo son un verdadero viacrucis para la mayoría de las futuras madres. Las constantes e incómodas visitas al ginecólogo culminan con el procedimiento más esperado, pero no por eso menos complicado: el parto.
Dicen quienes saben que, cuando es natural, el alumbramiento genera un dolor que sería físicamente insoportable para un varón. Cuando es por cesárea, el tormento viene después, cuando pasa la anestesia.
Aunque los avances médicos han reducido muchísimo el riesgo de la madre al momento de dar a luz no deja de ser un evento crítico que no siempre culmina de manera favorable.
Por el lado económico, la mujer es quien se lleva la peor tajada. Tan pronto llega la criatura, su perspectiva de ingreso cae en picada, como lo han demostrado estudios serios. Un bebé sube las barreras con las que se topan sus madres para encontrar un empleo digno, sobre todo cuando no tienen acceso a una guardería o estancia infantil.
Desde que son madres, las mujeres nunca vuelven a dormir igual. Primero la lactancia de los bebés, después las enfermedades de los niños, luego la mortificación por los adolescentes desvelados.
Pero todos estos sacrificios tienen su recompensa. Para los mexicanos, en especial, la figura materna es sagrada, adorada en extremo. El 10 de mayo los cementerios se congestionan de huérfanos cargados de flores, mientras que el tercer domingo de junio el flujo en los panteones es más bien regular.
Sirva este texto como un homenaje a todas las madres, en especial a la mía por el amor con el que nos crió, y a mi esposa, por ser una mamá extraordinaria. Que Dios las bendiga siempre. ¡Feliz día de las madres!
Enrique Martínez y Morales
Político, empresario y editorialista coahuilense