Agencias.- Desde el pasado mes de enero, cuando la Organización Mundial de la Salud incluyó la “renuencia a la vacunación” entre las diez principales amenazas para la salud global, en Estados Unidos se han producido al menos seis brotes de sarampión en cinco estados.
En total, desde que empezó el año ya son 228 los nuevos casos de la enfermedad, oficialmente erradicada en EEUU en el 2000, registrados en 12 estados. Son cifras que apuntan a que este año se superarán los 372 casos totales del 2018 y se podría dejar pequeño el récord de 667 casos de 2014. Y el problema está haciendo saltar las alarmas tanto en el terreno político como en el científico y en el social, con buena parte de los esfuerzos centrados ahora en frenar al movimiento antivacunas.
Las dos cámaras del Congreso en Washington han estado manteniendo sesiones informativassobre la explosión de una enfermedad que antes de que se introdujera la vacuna en 1963 afectaba en EEUU a cuatro millones de personas anualmente, enviaba a cerca de 50.000 a los hospitales y dejaba unos 500 fallecidos, la mayoría menores de cinco años.
Todo el país permite exenciones en la vacunación por motivos médicos y 47 estados también por razones religiosas, pero en 17, incluyendo Ohio, hay asimismo exenciones por cuestiones “filosóficas”. El modelo ahora está en entredicho y los alarmantes nuevos brotes están impulsando varias proposiciones de ley en distintos estados para limitar esas exenciones.
Primer caso de tétanos en 30 años
Después de 30 años, se registró el primer caso de infección por tétanos en un niño de 6 años en Oregon, Estados Unidos. El menor se accidentó en la granja familiar y sus padres pensaron que la cortada en su frente no ameritaba revisión médica, no obstante, el pequeño nunca había sido vacunado.
Seis días después del accidente, el menor comenzó a presentar rigidez muscular en la mandíbula y las extremidades, dificultad para respirar y espasmos involuntarios.
Los médicos le suministraron una dosis de emergencia de la vacuna, sin embargo, sus padres se negaron a darle una segunda, o cualquier otra vacuna infantil.
El niño pasó 57 días ingresado en el hospital y al borde de la muerte, sufriendo de espasmos y rigidez en los músculos de la mandíbula y cuello, los cuales además de ser muy dolorosos y durar varios minutos, no le permitían comer ni tragar agua.