Este 6 de agosto se cumplen 75 años de los ataques nucleares a Hiroshima y Nagasaki, la bomba atómica que cambió a Japón y al mundo.
Ordenados por el entonces presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, para así comenzar la Segunda Guerra Mundial.
Aquel día el ejército de los Estados Unidos, lanzó una bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, tres días después del ataque en Nagasaki, que ocasionó mucho impacto y miles de personas afectadas.
Una explosión en punto de las 08:15 paralizó a todo el mundo, pues la bomba Hiroshima afectó en demasía al país asiático.
El diseño de tipo cañón de Little Boy (niño pequeño) era tan simple que se juzgó innecesario realizar una prueba antes. Un bombardero Boeing B-29 lanzó esta primera bomba nuclear de la historia, evaporando a cientos de miles en un segundo y matando a tantos otros en los días y semanas posteriores por las quemaduras y la contaminación radioactiva.
El Coronel Paul W. Tibbets, de 31 años, fue el encargado de pilotear la nave que lanzó esta bomba atómica.
Tres días más tarde y cuando Japón aún no había sido capaz de reaccionar ante el desastre de Hiroshima, Estados Unidos lanzó otra bomba atómica sobre otra ciudad, ahora en Nagasaki, esta con el mismo impacto.
Fat Man (hombre gordo) era un artefacto mucho más complejo, basado en el principio de la implosión, y las autoridades del Proyecto Manhattan, la iniciativa secreta estadounidense para desarrollar las primeras armas nucleares, decidieron realizar antes un ensayo para asegurarse de que funcionara.
La detonación tuvo una potencia de 22 kilotones (unidad de medida que equivale a 1.000 kilogramos de TNT), describió por primera vez en el cielo el característico hongo de humo y partículas que se asocian con las armas nucleares, y llevó al físico teórico Robert Oppenheimer, director del Laboratorio de Los Álamos dentro del Proyecto Manhattan, a pronunciar una famosa cita del libro sagrado hindú Bhagavad Gita: “Si mil soles aparecieran en el cielo al mismo tiempo, tal brillo podría asemejarse al esplendor del Espíritu Supremo”.
Fueron alrededor de 200.000 víctimas mortales debido a la radiación, a ellas se sumaron otros 400.000 decesos más por problemas de salud relacionados con las bombas, según información de la ONU.
Se estimó que en 1,2 kilómetros a la redonda la exposición fue fatal, matando a gran parte de los sobrevivientes de la explosión en el transcurso de un mes y provocando secuelas de por vida en muchos otros. Por otro lado, la radiación térmica produjo quemaduras de tercer grado en un radio de 1,91 kilómetros.
Se estima que entre 39.000 y 80.000 personas murieron en Nagasaki. Pero al igual que Hiroshima, es posible que nunca se sepa la cantidad de muertos reales, ya que Japón no contaba con buenos censos al momento, y la explosión evaporó cuerpos y documentos por igual.